Historia

El colono indígena, procedente del vecino continente africano, arribó a la isla a mediados del primer milenio anterior a nuestra era, y estableció sus primeros asentamientos en lugares aptos para el cultivo, con agua abundante y pastos para el ganado. Y dadas las características geo-morfológicas del territorio insular, ocupó los abrigos naturales de fácil acceso situados en las zonas bajas próximas a la costa y en la desembocadura de los barrancos.

En el caso del litoral del municipio de Breña Alta, los yacimientos de Lomo Boyero, Cuesta de la Playa, Cuevas del Molino y Acantilados de Bajamar, muestran la huella dejada por la comunidad aborigen, es decir, cuevas de habitación y de enterramiento, con numerosos grabados rupestres y otros restos arqueológicos. No obstante, la mayor parte del territorio que actualmente integra el municipio de Breña Alta, era dominio de impenetrable bosque de laurisilva, de modo que, atendiendo a la base tecnológica de la economía aborigen, sólo permitía un aprovechamiento ganadero, así como una actividad recolectora de frutas, raíces de helecho, y de otros productos del bosque de lauráceas. Una dieta alimenticia que se completaba con los rendimientos del ganado y con la recogida de moluscos en el litoral.

Según el cronista e historiador Juan de Abreu Galindo (1602), el actual término municipal de Breña Alta integraba, junto con el de Breña Baja, el cantón indígena de Tedote, gobernado en la fase epigonal de la prehistoria insular por los hermanos Tinisagua, Bentacayse y Aguacencio.

El mismo cronista informa sobre los procesos de aculturación que afectaron a esta comunidad antes de la conquista, consecuencia de diversos contactos, la mayoría de las veces de carácter violento, con los primeros gestores de la expansión europea del primer Renacimiento, especialmente con los navegantes de los reinos ibéricos y posteriormente con los colones de esta procedencia y normandos establecidos en las islas de señorío, sobre todo de El Hierro, en los primeros años del siglo XV. Unos contactos que facilitaron la penetración europea, pues la comunidad de este cantón indígena no opuso resistencia a las fuerzas del Adelantado Alonso Fernández de Lugo, en su campaña de 1492-1493, aunque desconocemos si tal actitud pacífica se tornó luego violenta cuando los palmenses incorporados a la nueva sociedad en calidad de hombres libres se rebelaron contra el carácter que revistió la primera colonización, sufriendo entonces los rigores de la esclavitud.

Finalizada la conquista, Alonso Fernández de Lugo procedió a repartir tierras y aguas. La documentación relativa a estas mercedes fue destruida en el asalto a la capital insular por el pirata francés Francois La Clerq ( «Pie de Palo») en 1553. Podemos precisar la naturaleza del proceso roturador inicial de las tierras de Buenavista gracias al testimonio aportado por Juan B. Lorenzo Rodríguez. El frondoso bosque de laurisilva retrocedió ante el hacha y el fuego del colonato europeo, poniendo al descubierto un suelo fértil para los cultivos de cereal y, sobre todo, de hierba pastel; un cultivo que ocupó otros espacios del territorio insular y que constituyó uno de los motores de la expansión colonizadora de las islas del Atlántico a lo largo del siglo XV, ante la creciente demanda del tinte que se obtenía de esta planta por parte de los centros manufactureros de Europa.

En 1502, el Adelantado repartió a dos de sus sobrinos, Vasco de Bahamonde, regidor y alcaide de la Torre de San Miguel, y Juan de Lugo, subteniente de Gobernador, diez y siete cahíces de tierra, respectivamente, en La Breña y en Buenavista. Así pues, la colonización inicial de las tierras de Breña Alta favoreció la formación de la gran propiedad, ligada a la elite que gobernaba los destinos de la nueva sociedad. No obstante, junto a este grupo, no residente desde un primer momento en el término, también accedió a la propiedad de la tierra un campesinado parcelario, la mayoría de origen lusitano. De Ponte de Lima vinieron los Duarte (1583); de Oporto, los Capote, y de Santiago de Pionis, los Morera (1586), familias que se unieron a una larga lista de apellidos portugueses como Yanes, Gonyäles, Luis, Díaz, Afonso, Mederos, Noguera, Oveiro, Castañeda, Alvernas, Fiallo…procedentes de las islas Terceras, Madeira, Barcelos, Aveiro, Santo Tomé de Corvellán.Trajes Típicos
El cronista Gaspar de Frutuoso (1567-1568) pondera las virtudes de las aborígenes, indicando que «algunas están casadas con portugueses, otras con castellanos, aunque los mestizos son pocos». Muchos de estos lucitanos eran judíos que buscaron refugio en la isla, según se desprende de los interrogatorios practicados por el Tribunal del Santo Oficio. El proceso inquisitorial más importante fue el del rabino Álvaro González y su familia, zapatero natural de Castelblanco, en Portugal, acusado de convertir su casa en una sinagoga, Fue quemado por hereje en Auto de Fe celebrado en Las Palmas de Gran Canaria en 1526, al igual que su esposa Mencía Báez, su hijo Silvestre González y su amigo el médico Diego de Valera.

Huyendo de la inquisición, se avecindó en La Palma en 1504, adquiriendo algunos viñedos en La Breña. Sus hijos Antonio, Duarte y Ana González, mujer del portugués. Pedro González, vecinos de La Breña, fueron igualmente penitenciados.

La hierba pastel pronto desapareció del terrazgo cultivado, y las siembras de cereal, con algunos frutales y viñas en las cortinas de los huertos, ocuparon entonces la mayor parte del suelo agrícola, cuyo frente roturador a costa de una intensa deforestación avanzaba a medida que aumentaba la demanda de subsistencias del creciente vecindario insular, exportándose algunos excedentes a los mercados exteriores. Sin embargo, pronto fue la demanda interna la responsable de la expansión cerealista en los fértiles suelos de Breña Alta. La mayor parte del territorio vecino pago de Breña Baja (que junto con Breña Alta y Buenavista integraban el término conocido de Las Breñas) respondía en propiedad al significado de breña, es decir, de tierra improductiva cubierta de maleza y matorral, de modo que sus cortos yerbajos únicamente servían de pasto comunal para los ganados de cabras y ovejas. Pero las características edafológicas de este territorio eran muy apropiadas para el desarrollo de las vides. Ocurrió entonces una sostenida expansión de la viticultura, estimulada por la demanda de caldos en el mercado interior y, sobre todo, en los mercados de Europa y de las colonias españolas y portuguesas. Se forjó así una especialización y articulación de la actividad agraria, es decir, entre el sembradío y la viticultura, ocupando las tierras de Breña Alta un papel de singular relieve en la nueva estrategia productiva. Mediante la percepción de rentas en especie, abonadas por medianeros y pequeños renteros, la terratenencia insular se procuraba aquí los granos necesarios para el pago de los salarios de los jornaleros vitícolas, miembros de aquellas unidades familiares, que faenaban en sus grandes haciendas.

El aumento del número de vecinos, dispersos por alquerías y pomares, exigió la construcción de espacios apropiados para el culto religioso. El ya citado cronista lusitano Gaspar de Fructuoso(1567-1568), afirma que Buenavista, es decir, Breña Alta, «tiene una iglesia de Nuestra Señora de la Concepción a la vista de la ciudad, por lo que la llamaron Buenavista». Siguiendo con la tradición de consagrar a la Virgen antiguas montañas (los llamados Sacro Monte), la ermita fue construida en lo alto del risco que lleva su nombre. Su fundación se remonta a principios del siglo XVI, según consta en algunos legados testamentarios de esta fecha. Los clérigos que atendían la jurisdicción de Las Breñas se titularon, hasta finales de aquella centuria, curas de las iglesias de San Pedro y Nuestra Señora de la Concepción de Buenavista.

No obstante, pronto la ermita de San Pedro, mejor situada para atender a la naciente feligresía, adquirió la categoría de ayuda de parroquia, dependiente del cura beneficiado de la iglesia de El Salvador, en Santa Cruz de La Palma, que constituía la parroquia matriz insular. Desconocemos la fecha de creación de la ermita de San Pedro y quiénes fueron sus vecinos fundadores. En 1539 contaba con una sola nave y capilla mayor, pues en este año se ordenaba que los feligreses que quisieran ser sepultados en esta última pagaran una dobla (500 mrs de moneda canaria) y sólo ocho reales de plata(384 mrs de la misma moneda) si la sepultura se ubicaba en el cuerpo de la iglesia. Tal delimitación del escenario mortuorio revela la existencia de una comunidad aldeana socialmente segmentada, siendo su minoría de campesinos ricos la que nutrió con sus legados testamentarios y donaciones pías la renta necesaria para sostener el cuto y abonar al correspondiente capellán.

Así, en dicho año, la iglesia era propietaria de cuatro fanegadas de tierra junto a la iglesia, las que mandó el visitador dar tributo por tres vidas «a la persona que más diere por ello», y en 1548 consta que el difunto vecino Juan Martín había legado a la ermita un «pedazo de tierra que tiene junto a ella, que ahora esta puesto de viña», con cargo de que se le dijese una misa por su ánima.

En 1552 ya existía pila bautismal, se administraban los sacramentos y se realizaban padrón anual de vecinos o status animarium. Pero la ermita carecía de sagrario, de modo que se trataba de un espacio de culto aún incompleto. La exigencia de una mejor asistencia pastoral por parte de la feligresía de Breña Alta concluyó en 1616, cuando ésta cedió nuevas tierras y rentas para sostener el culto y levantó a sus expensas «casas para que viva el cura y el sacristán», así como un primer núcleo arruado junto a la ermita. Sin duda, estas viviendas fueron construidas sobre las tierras cedidas a la iglesia por anteriores donatarios y repartidas ahora en pequeños lotes tomadas a tributo o censo por los vecinos. Así, Manuel Díaz declara en su testamento (1617) que poseía dos casas (una de teja y otra de paja) con sus correspondientes huertas en el llano de San Pedro, abonando por todo ello trece reales y medio de tributo a la iglesia.

El aumento del vecindario en ambas Breñas (que hacía 1590 contaba con 300 habitantes), determina también la creación de su alcaldía ordinaria en 1561, dependiente de la alcaldía mayor del municipio, es decir, bajo el control de la elite residente en la capital insular, con objeto de administrar justicia en primera instancia.

En segundo lugar, determinó también la adopción de medidas de infraestructura comunitaria, como el arreglo de caminos y de fuentes para el abastecimiento de agua. En este sentido, merecen citarse los llamados pozos de Bajamar, en los que se abastecían los vecinos, especialmente del pago de Breña Baja, resolviéndose las disputas entre lavanderas, regantes y demás usuarios del agua.

Finalmente, el crecimiento de la actividad productiva requirió disponer de un «banco local», es decir, de un pósito para poder prestar simiente y dinero a vecinos y labradores en años de malas cosechas, destinando el caudal acumulado mediante el cobro de un bajo interés por los préstamos realizados a atender otras necesidades del común. La institución fue fundada en 1590 mediante 24 fanegas de trigo y 70 de centeno, aportadas por los vecinos más pudientes. En 1613, Miguel de Brito y Juan Van De Walle Bellido, grandes propietarios del lugar y regidores del municipio-isla, convocaron a los vecinos a la salida de la misa mayor para acordar la construcción del edificio del pósito, que se construyó tres años más tarde junto a la iglesia y «en el cercado que al presente tiene su jefe Luis, pegado al camino real». Con el pan del pósito se sustentó en 1622-1623 a la gente que hizo el camino nuevo que «va a Tazacorte y Los Llanos y Tijarafe desde la ciudad» y con sus «creces» se pagó la fábrica del retablo mayor de la iglesia.

La actividad económica, basada en la articulación y complementariedad del espacio agrario, es decir, de cereales en Breña Alta (aunque en la costa baja del término y en algunos terrenos más altos crecían también las vides), con objeto de abastecer la demanda de los productores vitícolas, localizados fundamentalmente en Breña Baja, continuó su ritmo ascendente enla primera mitad del siglo XVII.

Foto Antigua 2Pero al mismo tiempo, esta expansión productiva consolidó la formación de dos entidades que en el caso de Breña Baja, luchó por la segregación de ambas Breñas, lo que consiguió en lo civil y religioso en 1634 y 1637, a pesar de la oposición de la terratenencia, que trató de evitar sin éxito cualquier amenaza a su control del territorio.

No obstante, la segregación del territorio de Breña Baja no afectó a la vida social y económica de la nueva jurisdicción de Breña Alta. En 1688, esta nueva feligresía tenía 919 habitantes, una dimensión demográfica que adquiere significado si consideramos que ambas Breñas tenían poco más de 300 habitantes en 1590 y 1729 habitantes en 1688. Ahora bien, a partir de esta fecha, ocurrió un cambio drástico en el modelo económico del lugar, pues tal nivel de población no se alcanzaría son un siglo más tarde. La contracción de la viticultura palmera, con motivo de la competencia de los caldos lusitanos, y peninsulares en los mercados coloniales y europeos, determinó una reducción del nivel de empleo al sustituir los hacendados vitícolas la fuerza de trabajo asalariada y temporera por medianeros, responsables ahora de atender todos los costes del cultivo a cambio de percibir una participación en la cosecha que apenas garantizaba la reproducción social de sus unidades familiares. Y esta estrategia productiva determinó que el excedente de mano de obra de las unidades familiares de pequeños propietarios y, sobre todo de renteros y medianeros que faenaban en las tierras de cereal, careciera a partir de ahora de ocupación temporera en las tierras de viñedos. Además, arrendatarios y medianeros (es decir, la mayoría de la población activa de Breña Alta) debieron hacer frente a una creciente presión rentista a lo largo del siglo XVIII, pues la terratenencia deseaba a toda costa mantener su perdido status socioeconómico como consecuencia de la regresión vitícola.

Foto Antigua 3La Real Sociedad Económica de Amigos del País de Santa Cruz de La Palma, fundada en 1778, mostró una honda preocupación por mejorar el quehacer agrario, siguiendo las directrices de la nueva agronomía, una iniciativa que afectó al terrazgo de Breña Alta, pues gran parte del mismo pertenecía a miembros de la elite ilustrada insular.

En este sentido, se trató del cultivo de árboles frutales, especialmente de moreras para la industria de la seda. Con este objeto, se suprimió en 1779 las costumbres de los agostos libres, es decir, el derecho de pasto común en las rastrojeras durante el tiempo de barbecho, pues los ganados destrozaban los pomares y nuevos plantíos. Pero bajo esta preocupación agrarista, subyacían otros intereses.

La hoja de las moreras era otro renglón de renta para la terratenencia. El desarrollo de la industria de la seda procuraba tafetanes y medias para su explotación a Indias por parte de la casa mercantil y, en fin, esta artesanía rural daba empleo a la unidad familiar campesina y reducía la emigración y la falta de brazos para la agricultura. Estamos, pues, en presencia de una estrategia que no resolvió los elementos estructurales responsables de la regresión económica, pues aumentó la presión rentista y la artesanía textil sedera no alivió el paro y la miseria rural. Los testimonios disponibles indican un claro estancamiento de los efectivos demográficos a lo largo de la centuria ilustrada (919 habitantes en 1688, 989 en 1745, 902 en 1787 y 1043 en 1800), y una corriente emigratoria en dirección a Cuba y Venezuela, más acusada en segunda mitad de la centuria. A pesar de la oposición de la oligarquía insular, que pretendía continuar ejerciendo su control sobre los recursos de la isla mediante la permanencia de una sola municipalidad (aunque con los retoques necesarios con el fin de garantizar este objetivo), la aplicación del decreto de las Cortes de Cádiz de 26 de Mayo de 1812, permitió que Breña Alta constase como municipio propio, independiente del antiguo municipio. La nueva entidad administrativa tomó posesión de los bienes y recursos comunitarios y acometió el arreglo de los caminos y, sobre todo, la apertura de nuevos pastos para el común, pues «muchos vecinos tienen ganado pero no lugares donde éstos puedan apacentar», al suprimirse la práctica de los agostos libres y avanzar la privatización de los bienes comunales.

La entrada del ganado en los terrenos de monte se vio acompañada por el hacha y la azada, primero por la costumbre de aprovechar las raíces de las helecheras para consumo humano y luego para sembrar papas en los claros desmontados. Intervino también en esta roturación un intenso carboneo, justificado por la pobreza del vecindario, mientras que la terratenencia se mostraba sensible la la conservación del medio natural, pero sólo de aquél que no podía privatizar.

En todo caso, la única alternativa posible a la miseria rural fue la adopción de un modelo agrario expansivo y roturador, pues la población del nuevo municipio experimentó un fuerte crecimiento de sus efectivos durante este periodo (de 1043 habitantes en 1800 hasta los 1805 en 1834), explicable no solo por su propio saldo vegetativo, sino también por un aporte inmigratorio de los pueblos comarcanos y por las limitaciones a la emigración como consecuencia de la emancipación colonial.

Este modelo agrario expansivo alcanzó su limite en la década de 1830, cuando al carácter regresivo que presenta a medio plazo todo modelo de esta naturaleza, se le agregaron otras circunstancias desfavorables. En síntesis, la inexistencia de un mercado interior para los granos por la ruina definitiva de a viticultura, es decir, de la especialización agraria que había constituido el fundamento de la economía del pasado, las crisis agrarias y las catástrofes naturales (aluvión en 1847, con más de cien), y, por último, una mayor presión fiscal, originada por los cambios en la hacienda estatal y por los recargos para atender la implantación de los Puertos Francos y los gastos de Diputación Provincial de Canarias y municipales. Una presión fiscal que agravó las críticas circunstancias de una estructura social en la que el grupo de jornaleros (65,6%), de arrendatarios y medianeros(13%), representaban en 78,6% de las clases agrarias. Se solicitó incluso el pago de las contribuciones mediante días de trabajo en las obras públicas, al carecerse de numeración para afrontar las exigencias del fisco. Todo ello originó, por último, la apertura del ciclo migratorio contemporáneo, ahora en dirección sobre todo a las tierras de frontera de Cuba, donde el breñusco creó nuevas vegas para la siembra de tabaco. Una emigración que fue, incluso, superior al propio saldo vegetativo anual, pues entre 1835 y 1837 la población de Breña Alta se redujo de 1805 habitantes a 1773.

Foto antiguaEl establecimiento de los Puertos Francos facilitó las importaciones de granos del exterior, de modo que los de Breña Alta perdieron su antaño destacado papel en la cobertura de la demanda de la capital insular. El desarrollo de las nopaleras o tuneras para la cría de la grana o cochinilla (Coccus cacti), un insecto cuyo tinte carmesí solicitaba la manufactura europea, no alcanzó un significativo lugar en el espacio agrario de la localidad (excepto la producción de madres para su venta en las zonas cálidas de costas, más aptas para este nuevo renglón exportador).

De ahí que el excedente de fuerza de trabajo de las unidades familiares debió buscar empleo en las zonas productoras de grana, o hacerlo en Cuba, opción ésta que trató de impedir la terratenencia con objeto de evitar que esta salida redujera la oferta de activos e incrementase su salario en un momento en que crecía la demanda de mano de obra por la expansión del nuevo producto exportador.

Foto antiguaUna vez más, no se trató de emigración sino de migración. Porque los indianos enviaron remesas a las familias que quedaban en este lado e introdujeron en las medianías de Breña Alta el cultivo del tabaco, adquiriendo incluso pequeños lotes a la terratenencia cuando se produjo la crisis de la grana, como consecuencia de la generalización de las anilinas artificiales. El tabaco de la Breña se desplazó a la Exposición Universal de París, en 1867, y de 1878,y hacia 1880 se afirmaba que la variedad Breña competía con lo mejor de las vegas de Cuba.

Nació así un cultivo y una industria artesana ligada a la fabricación de puros, que mantiene su tradición hasta la actualidad. Otras artesanías de importancia fueron los calados y bordados, que daban empleo a la fuerza de trabajo familiar y cuya producción se destinaba al mercado exterior.

El pueblo celebró la revolución de 1868. Pero la vuelta a la normalidad, es decir, al sistema político basado en las clientelas y el caciquismo, que se produjo de inmediato, y su mejor expresión fue el largo mandato (de 1908 a 1920) del alcalde José M. Rodríguez Fernández, vinculado a los políticos de la capital, especialmente a Francisco Abreu García, el llamado «médico de los pobres», jefe de las filas del Partido Liberal. Se trató de un marco de acción política que, sin embargo, logró avances importantes en términos de bienestar relativo.

La mejora de las comunicaciones fue uno de los temas más tratados y su testimonio quedó reflejado en el alpendre o venta rural con pórtico de madera, situada a la vera de los antiguos caminos reales de «La Cuesta» y «Buenavista», que comunicaban Santa Cruza de La Palma con el Valle de Aridane y Breña Alta. El alcalde Antonio Afonso Álvarez, cesado por la Dictadura de Primo de Rivera, realizó obras de mejora en la red de abastecimiento de aguas de los manantiales de Aduares, Melchora y Aguacencio. Las obras de infraestructura urbana continuaron durante la Segunda República, coincidiendo con la emergencia de nuevas fuerzas sociales y políticas y con un mayor nivel de conciencia social y cultural.

Foto AntiguaLa Guerra Civil interrumpió este proceso modernizador y provocó una fuerte represión física e ideológica, cuyo alcance aún se desconoce. La lucha por la subsistencia obligó a explotar todos los recursos disponibles. Las cementeras ampliaron su espacio y la tradicional artesanía de bordados y calados, junto con la cestería de palma, de colmo (paja de centeno), dieron empleo a las unidades familiares campesinas, que buscaron la fortuna precisa para colocar a sus hijos en Venezuela.

La construcción del Aeropuerto de Buenavista en 1955 alivió el paro, pero la miseria rural quedó al descubierto con el aluvión de 1957, que ocasionó 22 muertos. La reconstrucción contó con la solidaridad de todos los canarios de las islas y la migración, y con la ayuda oficial, gracias a la gestión del paisano Blas Pérez González, ministro de Gobernación.

A partir de la década de 1960, la situación social y económica inició un nuevo proceso modernizador, sustentado inicialmente en las remesas enviadas de Venezuela y luego en el desarrollo de una economía vinculada al sector servicios. Este hecho ha determinado la modificación de los límites municipales a favor de la capital insular.

Breña Alta celebra sus fiestas patronales en honor de San Pedro Apóstol, como todos los pueblos comarcanos. Su festividad más singular es la Fiesta de las Cruces, el día 3 de Mayo, cuando las capillas de cruz, dispersas por todo el municipio, se visten con bellas composiciones, elaboradas con vegetales, flores, papel, artilugios mecánicos, y con diversas prendas, en su mayoría de origen americano.

Breña Alta cuenta con notables ejemplos de arquitectura tradicional, representada por las casas terreras y de alto y bajo, siguiendo en ambos casos un modelo constructivo de origen portugués, y por casonas de campo, algunas con oratorio particular, propiedad de una terratenencia que residía en la capital insular y que pasaba largas temporadas en sus respectivas haciendas.

Cister El monasterio cisterciense fue fundado en 1946 por Dolores Van de Walle y Fierro en Buenavista y que ocupa la casona que fue de Ana de Monteverde Cabeza de Vaca, mujer del mercader flamenco Jerónimo Boot. La Casa Mendoza, situada junto a la ermita de Nuestra Señora de La Concepción, data del siglo XVII y perteneció al regidor Matías de Escobar Pereyra (1618-1686), sargento mayor de La Palma. También próximo se encuentra la Casa Van de Walle y Pinto, construida a fines del siglo XVI por el capitán Gaspar Van de Walle (1578-1628), regidor y depositario general.

El origen de la Hacienda Álvarez Massieu se remonta a la merced de tierra dada por Alonso Fernández de Lugo a Juan de Fraga. Según Gaspar Fructuoso (1567-1568), más allá de las Cuevas Fragosas, donde se recogían los isleños en la roca, «está la Viña de La Fraga, y luego el barranco de Juan Mayor y después el Valle de Miraflores». La Hacienda Massieu Campos y Castilla, en El Llanito, también en el siglo XVII, perteneció al licenciado Pedro de Campos, natural de Cádiz. La hacienda Smalley y Lemus, en Miranda, debe su nombre al mercader burgalés y regidor Lesmes de Miranda. Finalmente, la casa de la hacienda de Bajamar, en el pago de este nombre, se levanta en las fincas que fueron del regidor Nicolás de Sotomayor Topete, con sus jardines de plantas exóticas, fue proyectada y construida por Felipe de Paz Pérez (1848-1931), destacado maestro de obras, a quien se debe también la residencia de la familia Yánez, que se encuentra colgada sobre el risco de La Concepción.

La primitiva ermita de San Pedro constaba de una sola nave, una capilla mayor y otra colateral. Después de 1622 se fabricó una pequeña capilla colateral en el lado del Evangelio, denominada de las «Santas Cruces», para colocar dos pequeñas cruces encontradas, según la leyenda, en el interior de un trono de laurel. El templo adquiere su fisonomía actual en la década de 1680, cuando los vecinos construyeron una nueva capilla mayor ayudándose de las «creces» del pósito. El retablo mayor con columnas salomónicas en el primer cuerpo, fue construido entre 1711 y 1718 y dorado por el pintor Juan Manuel de Silva en 1737.

El tabernáculo presenta las pinturas de los cuatro Evangelistas, de Bernardo Manuel de Silva (1655-1721). El antiguo San Pedro Apóstol, inventariado ya en 1603, fue convertido en el siglo XVII en San Pablo. Hacia 1709 fue sustituido por una nueva talla de San Pedro Papa que Bernardo Manuel de Silva pintó para el retablo mayor de la parroquia de Breña Baja (c.1706). Los retablos de las capillas colaterales, de severas líneas neoclásicas, se hicieron en 1822 por el presbítero y arquitecto José Joaquín Martín de Justa. En la capilla de Rosario se venera una virgen de vestir del escultor palmero Aurelio Carmona López (1826-1901), seguidor de Fernando Estévez. Cuenta también la parroquia con la escultura de San Juan Bautista del imaginero dominico fray Marcos.

Breña Alta cuenta también con algunas ermitas de singular belleza. Las de San Miguel, en Los Llanitos, construida en 1705 por el licenciado Carlos Doménech y Montañés (1661-1711), beneficiado rector de la parroquia de El Salvador de Santa Cruz de La Palma, conserva la escultura de San Miguel Triunfante, similar a la que preside el retablo mayor del convento dominico de San Miguel de Las Victorias de Santa Cruz de La Palma (1703), y un cuadro de iconografía singular: La Virgen de Aranzazu, patrona de Guipúzcoa, donada por Salvador José Cayetano Doménech y Manrique de Lara.

Iglesia Concepción La ermita de Nuestra Señora de La Concepción posee un buen conjunto de pintura canaria de los siglos XVII y XVIII: los Arcángeles Uriel y Miguel, Nuestro Señor de la Caída, retrato de la escultura del mismo tema que se venera en la iglesia de San Francisco de Asís, en Santa Cruz de La Palma, del imaginero sevillano Benito de Hita y Castillo; San Francisco y San Ildefonso, que imitan santos-estatuas, y San Francisco Javier y San Estanislao de Koska, adscritos al pincel del artista palmero Juan Manuel de Silva (1687-1751). La platería americana esta representada por un cáliz de plata realizado en La Habana en 1659, donado por el capitán Manuel de Almeida, piloto de Indias.

Muchos Dragos pregonan el vigor y longitud de la especie, pero ningunos tan atractivos, como el de las Breñas. Arrimados uno al otro, en fraterna unión, como si se juntaran para preservarse de un mismo peligro y vivir en coyunda recuerdos de siglos. Como a tantos árboles seculares, a «Los Gemelos» la fantasía les consagró una leyenda.

Si vais a las Breñas y os paráis a contemplarlos, no faltará una campesina que os cuente la desventura de dos hermanos, hechizados por la misma doncella, el fin de sus vidas atormentadas de celos, y cómo expió su culpa la cortejada moza, plantando «los dragos, brotes del Barranco de las Angustias», que cada día regaba con su cántaro, ya que sentía el mismo amor y compasión por ambos. Al calor de la tierra y del recuerdo, crecieron estos dragos que, según la conseja, guardan en sus troncos sangre de los dos hermanos, hechizados por la misma doncella.

Leoncio Rodríguez (Fragmento escrito en el año 1930).